martes, 1 de febrero de 2011

Será tiempo de cambiar?

Será tiempo de cambiar?


Tenemos edificios más altos ... pero menos calma.
Autopistas más amplias ... pero nuestros puntos de vista son más estrechos.
Gastamos más ... pero tenemos menos.
Compramos más ... pero lo disfrutamos menos.
Tenemos casas más grandes ... y familias más pequeñas.
Más comodidades ... pero menos tiempo.
Tenemos más grados académicos ... pero menos sensatez.
Más conocimiento ... pero menos juicio.
Más expertos ... pero más problemas.
Más medicina ... pero menos bienestar.

Bebemos demasiado,
fumamos demasiado,
gastamos imprudentemente demasiado,
reímos demasiado poco,
manejamos demasiado rápido,
nos enojamos rápidamente,
nos detenemos demasiado tarde (el daño ya está hecho),
nos levantamos cansados,
raramente leemos,
vemos demasiada televisión,
nos "sumergimos" más que "navegamos" en Internet
y raramente rezamos.


Hemos multiplicado nuestras posesiones ... pero reducido nuestros valores y principios.
Hablamos demasiado,
amamos demasiado raramente
y caemos demasiado frecuentemente.


Hemos aprendido como hacer una vida ... pero no a vivir.
Hemos agregado años a la vida ... no vida a los años.
Hemos encontrado la forma de ir a la luna y regresar ... pero tenemos problemas para cruzar la calle y conocer al nuevo vecino.
Hemos conquistado espacio exterior ... pero no nuestro espacio interior ser dueños de nosotros mismos).
Hemos hecho cosas más grandes ... pero no cosas mejores.
Hemos limpiado el aire ... pero contaminado el alma.
Hemos partido el átomo ... pero no nuestro prejuicio.


Escribimos más ... pero aprendemos menos.
Planificamos más ... pero logramos menos.
Hemos aprendido a acelerar el paso ... pero no a esperar.
Tenemos ingresos más altos ... pero moral más inferior.
Más alimento ... pero menos templanza.
Más reconocimiento ... pero menos amigos.
Más esfuerzo ... pero menos éxito.
Construimos más computadoras para almacenar más información, para procesar más datos que siempre... pero tenemos menos comunicación.
Hemos logrado mucho en cantidad ... pero poco en calidad.


Estos son los tiempos de comida rápida ... y digestión lenta.
De hombres altos ... y carácter corto.
Ganancias acumuladas ... y relaciones efímeras.
Estos son los tiempos de paz mundial ... pero guerra en el hogar.
Más ocio ... y menos diversión.
Más tipos de alimento ... pero menos nutrición.
Estos son días en que ambos esposos trabajan y ganan dinero ... pero hay más divorcios.
De casas más fantásticas ... pero hogares rotos.
Estos son días de viajes rápidos, pañales desechables, moralidad desechable, estancias de una noche, cuerpos con sobrepeso, y píldoras que hacen cualquier cosa desde alegrar hasta tranquilizar o matar.


Es un tiempo donde hay mucho en el aparador y nada en la bodega de mercancías.
Tenemos más bíblias ... pero no la leemos.
Escuchamos sobre como orar ... pero no lo hacemos.
Hablamos mucho sobre valores ... y no los practicamos.
Prometemos mucho ... pero cumplimos poco.
Tenemos más cosas ... y desperdiciamos muchas.

¿No será tiempo de cambiar al menos nosotros mismos
y vivir lo que pensamos, en vez de pensar lo que vivimos

Ser fiel en lo pequeño es cosa grande

Ser fiel en lo pequeño es cosa grande


Una historia sobre la dimensión expansiva de la virtud


Lo recordó un joven empresario.
Es la frase de un conocido poeta alemán:
“Si cada ama de casa barre diariamente el frente de su casa, la ciudad está limpia”.

Lo pequeño es pequeño; pero ser fiel en lo pequeño,
es cosa grande. Gracias al orden del átomo pueden
existir las galaxias. Por eso la mejor prueba de que
alguien quiere, de veras, mejorar el mundo es que
ponga en orden su escritorio o su cocina.

Es la pequeña flama del cerillo que enciende cada
uno en la oscuridad lo que hace que un estadio tenga
luz de mediodía. ¿Qué sería de las montañas sin los
granos de arena? El secreto de las operaciones
complicadísimas de las gigantescas computadoras
que calculan los viajes espaciales son las diminutas
placas de silicio que se portan como minúsculos
interruptores.

“Mi país tiene el puente mas grande del mundo, l
a torre mas alta, la carretera mas larga…”
“Nosotros”, respondía el interlocutor japonés,
“tenemos niños, pinceladas, transistores, flores y
arbolitos enanos… todo es pequeño; pero requiere
una gran paciencia y hace crecer el espíritu,
y se despidió con una breve sonrisa y una leve
caravana.

O. Henry contaba el poder de una hoja de árbol.
Aquel invierno, el pintor murió de pulmonía por
pintarla, a la intemperie, en la ventana de la
muchacha enferma. Ella aseguraba que al caer la
ultima hoja del árbol moriría… pero la hoja nunca
cayó.

Son los granos de arena los que hacen el amplio arco
de las ensenadas, la inmensidad de los desiertos y las
enhiestas escarpaduras de las montañas… son una
gran obra maestra del Creador y del hombre, su
criatura

Lucha hasta vencer

Lucha hasta vencer


En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio. Tenía quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron de urgencia al hospital del condado.

En su cama, horriblemente quemado y semi-inconsciente, el niño oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo moriría - que era lo mejor que podía pasar, en realidad -, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió. Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera, ya que estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus piernas.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido; ¡caminaría! Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama, estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas.

Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar. Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a los fervientes masajes diarios de su madre, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista.

Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibiulidad de correr, este joven determinado, el Dr. Glenn Cunningham, ¡corrió el kilómetro más veloz del mundo

“Estoy lisiado... pero soy feliz”

“Estoy lisiado... pero soy feliz”


Una conmovedora historia de conversión que habla de la fortaleza espiritual, la perseverancia, la búsqueda sincera y el amor a Dios


Era un martes de comienzos de mayo. El día anterior – lunes - había sido feriado, ya que se festeja el día del Trabajador, por lo que había concurrido con mi familia al mediodía, al cumpleaños y festejo múltiple, en gente y años, de mi padre. El domingo previo, lluvioso, aprovechamos con mi Señora y mis entonces dos hijos, en aquél momento entonces de dos y un años, a visitar la ciudad y sus casas de antigüedades. El sábado habíamos ido con mi esposa a ver viviendas en el conurbano, ya que queríamos mudarnos del departamento donde vivíamos. A la tarde habíamos oído misa. El fin de semana anterior, Semana Santa, visitamos el río.
Con todas estas actividades en mente estaba poco gustoso de ir a trabajar, y sumamente melancólico. Pero el trabajo es el trabajo, por lo que cumplí con la responsabilidad. Como dije, era un martes, y luego de hacer por la mañana mis labores de rutina, llegué a mi oficina, sita en el piso 18º de un edificio céntrico. Ordené un poco el papelerío de mi escritorio, y sentí un súbito dolor de cabeza. Si bien me había sucedido otras veces, por haberme olvidado de tomar una pastilla que me habían recetado por mi ansiedad, no recordaba no haberla tomado esa mañana, y la sensación era diferente. A raíz de ello, y por mi natural aprensión, resolví ir a una guardia médica que conocía, distante a media hora en ómnibus de la oficina, enfrente a mi departamento. Comuniqué mi malestar físico a las personas que trabajaban conmigo, y una de ellas me dio un emparedado que ella no iba a comer y una suerte de analgésico que curaba de todo. Lo ingerí para no defraudarla, pero mi de decisión estaba tomada: iría al hospital. Le avisé a uno de mis jefes, con quien quedé que a mi vuelta veríamos un tema pendiente. Tardaría unos ocho meses en volver a pisar la oficina. También me enteré luego que mi esposa, a quien había comunicado por teléfono que iría al sanatorio, me llamó cuando yo ya había salido, a fin de decirme que no hacía falta que fuera, puesto que se había comunicado con la guardia médica, donde le habían restado importancia al tema...
A medida en que bajaba por el ascensor hacia la calle, mi sensación de incertidumbre se acrecentaba por sentirme peor y no saber a qué adjudicarlo. Decidí que tomaría un taxi y no un ómnibus, para duplicar la rapidez, ya que conforme pasaba el tiempo, empeoraba.
Ya en el taxi, le indiqué al conductor que tomara la vía más rápida posible hasta el sanatorio. Mi preocupación crecía a medida que se me paralizaba el brazo derecho. ¿Qué sería?, ¿Acaso estaba soñando?, ¿Cuándo despertaría? A pesar de tales dudas, me alegré con un descarte. Evidentemente no era nada relacionado con el corazón, ya que éste está en la parte izquierda del cuerpo, y mis problemas eran en la derecha. ¡Qué ingenuo!
El taxi se detuvo ante las puertas del centro médico, pero no pude pagar lo que marcaba el reloj, ya que llevaba el dinero en el bolsillo derecho, y tenía toda esa parte paralizada. No podía acceder al pago, así que le di al conductor unas pocas monedas que tenía en mi bolsillo izquierdo y me apeé rápidamente. Igual, el taxista no parecía muy dispuesto a cobrar. Una vez bajado, desapareció raudamente. Evidentemente no quería que me muriera en su taxi.
En la vereda, agarré sin sonrojarme por el hombro a un peatón, y le pedí que me ayudara escaleras arriba rumbo a la guardia, que como señalé, yo ya conocía. Una vez allí, por rapidez ingresamos por una puerta reservada para uso de los médicos, y agarré al primero que pasaba explicándole mi problema. El médico me hizo sentar en una camilla y auscultó mis ojos con su índice. Enseguida se fue a buscar ayuda y desapareció, no sin antes preguntarme por mi número telefónico y decirme que me quedara tranquilo. A partir de allí, no recuerdo nada real más, hasta que desperté casi un mes después internado en una sala común del sanatorio. Ínterin, tuve una serie de pesadillas, probablemente mezcladas con la realidad, que incluían mi internación, mi inmovilidad, el supuesto intento de asesinato por parte de los enfermeros (que según mis sueños querían quemarme vivo), mi ineludible muerte, y muchas, muchísimas cosas más, todas ellas espantosas. En realidad, estuve al borde de la muerte, extrema unción de por medio (actualmente unción de los enfermos), internado 17 días en terapia intensiva tras sufrir un derrame cerebral. Luego me pasaron a la sala común por unos 40 días más.
Tardé en creerlo durante varios meses, siempre esperando el momento en el que me despertaría. Después de todo, simplemente me había ido a trabajar como cualquier otro día, para luego encontrarme somnoliento, inmovilizado y mudo en un cuarto de un hospital, sin siquiera saber que me había pasado. Cuando mi esposa me ponía al tanto, mi perplejidad aumentaba, ya que no podía dar fe a lo que me contaba. Que a mí, que todo lo podía, me hubiese ocurrido lo que me narraba.
Esperando el fin de tan terrible “pesadilla”, al cabo de permanecer internado, continué con mi derrotero por los médicos. Aspiraba a que me dijeran que ya estaba bien, para así comenzar tranquilo mi lenta pero segura rehabilitación, puesto que aún continuaba en silla de ruedas, y con importantes problemas de movilidad en mi parte derecha, aunque había recuperado el habla. Empero, mi deseo no se cumplía. Los médicos tardaban en darme el alta definitiva, eran sumamente genéricos en sus definiciones, y yo veía un dejo de preocupación en sus miradas cuando analizaban mis estudios. Para peor, las veces que indagué acerca de lo que me había pasado, obtuve las siguientes respuestas textuales de distintos médicos, de diferentes especialidades cada uno: “Estuviste cinco días con pronóstico reservado, y Dios te dio una mano”. “Estuviste en el más allá, del más allá”. “Estás vivo de casualidad”. No continué indagando, ya que lo que oía me asustaba. Finalmente, al cabo de un año y medio de visitar a médicos, de haberme roto y operado el tobillo izquierdo, de pasar a usar bastones canadienses y de dejar la odiosa silla de ruedas, de tener esperanzas luego defraudadas, me confirmaron lo que hacía rato habían desechado por conmiseración. Debían operarme del tronco cerebral en la cabeza, una operación complicada, para sacarme una malformación venosa, que en cualquier momento me produciría otro derrame, como aquél del cuál había salvado milagrosamente la vida, aunque no la movilidad. Tuve un consuelo espiritual, ya que el día programado para la operación, con más de un mes de antelación, correspondía a la conmemoración de los ángeles custodios, el 2 de octubre. Además, mientras esperaba a que me operaran, ocurrió un terrible atentado terrorista, con lo cuál reflexioné acerca de lo relativo que es gozar de buena salud.
En la fecha apuntada fui intervenido, calificando el cirujano que me operó, uno de los mejores del país y del mundo, al acto como muy exitoso. Bastaba con verle la cara de alivio y felicidad para creerle.
Volví a utilizar una silla de ruedas, pero bastante más tranquilo, ya que era muy difícil que el episodio del derrame se repitiese, aunque no del todo imposible, que era lo que yo, aterrorizado y empacado, quería oír.
Al muy poco tiempo caminaba con un andador, y si bien yo esperaba pasar a los bastones canadienses, que inclusive compré al efecto, transcurrido más de un año y medio desde la operación, continúo utilizándolo sin poder recurrir a los bastones.
Todo este largo tiempo transcurrido desde que sufrí el derrame cerebral, de ya casi tres años, me ha servido para dar un vuelco espiritual en mi vida. No es que previamente yo haya sido una mala persona, por el contrario, todos me consideraban excelentemente. Sin embargo, paulatinamente, he ido cambiando el trasfondo de mi actuar, que ahora es mucho más espiritual, ya que confío plenamente en la Providencia Divina, lo cuál antes no era así. Más aún, agradezco a Dios que haya cambiado para bien mi forma de ver las cosas, y aunque suene raro, reconozco que si no me hubiera pasado lo que me pasó, nunca hubiera revertido mi concepción del mundo. Ahora le pido a Dios que me cure y que yo vuelva a caminar normalmente, pero no dejo de agradecerle que me haya abierto los ojos, aunque ello haya sido desde el punto de vista meramente humano, de un modo cruel.
Estoy inválido, pero estoy feliz. Dios me ha dado una familia maravillosa, comenzando con mi adorable esposa e hijos, he tenido un tercero, continuando con mis padres, hermanos, suegros, cuñados, etc. Además he podido comprar finalmente una linda casa en el barrio que siempre me gustó. Dios ha sido muy generoso conmigo.
Por ello, si bien me atrevo a pedirle más y más, no dejo de reconocer la grandeza y generosidad de Dios, siempre solícito a su amada Madre la siempre Virgen María que intercede por nosotros.
Tampoco olvido a los santos, a través de quienes recé y pedí, especialmente a San Josemaría Escrivá de Balaguer, de quien mi esposa es muy devota, a los pastorcitos de Fátima, que me acompañaron a lo largo de toda mi vida, a la Madre Maravillas, a quien me encomendó mi hermana, y a todos los santos y santas de Dios*.

Anónimo

* Hace poco más de tres años del derrame cerebral, desde entonces, ya fueron canonizados San Josemaría Escrivá de Balaguer y Santa María Maravillas. Los pastorcitos de Fátima fueron beatificados en el mismo mes en que sufrí el derrame